Y cuando el reloj marcaba el tercer minuto del tiempo añadido apareció Iniesta para enviar un potente disparo al fondo de la red tras recibir de Messi.
El Barça venía de ganar 2-6 al Real Madrid en el Bernabéu y de asegurarse virtualmente el título de Liga. Iba, pues, armado a Stamford Bridge, con la moral por las nubes. Un tanto necesitaban los huéspedes de Guardiola para llegar a la final de Roma, ya que en el Camp Nou, en el partido de ida de las semifinales, el resultado había sido de empate a cero. Pero, a los nueve minutos, ¡mazazo! Un remate envenenado de Essien se estrelló violentamente en la parte inferior del poste y se coló como un obús en la red defendida por Valdés. De todos modos, el Barça le bastaba con un solo gol para estar en la gran final del día 27. Lo intentó de todas las maneras el equipo de Guardiola: por la izquierda, por el centro, por la derecha… Pero el Chelsea se mostraba infranqueable.
Y cuando el reloj marcaba el tercer minuto del tiempo añadido apareció Iniesta para enviar un potente disparo al fondo de la red tras recibir de Messi. Se desató entonces la euforia. Guardiola enloqueció corriendo por la banda como un poseso. Iniesta se transformó. Espectacular. Una conquista que, irremediablemente, recordó la de Bakero en Kaiserslautern: la gloria en el último suspiro, cuando apenas hay vida. «Lo he chutado con todo el alma», dijo el de Fuentealbilla. Indescriptible. Esa noche el barcelonismo se fue a dormir feliz, muy feliz, después de recibir calurosamente y en masa el equipo de madrugada en el aeropuerto. Y con la mente puesta en un triplete que cada vez tenía más forma…